Era el gran Montezuma de edad hasta de cuarenta años, e buena estatura y
bien proporcionado, cenceño y de pocas carnes, y el color no muy moreno, sino propio color y
matiz de indio. Traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, y pocas barbas,
prietas, bien puestas y ralas. El rostro algo largo y alegre, los ojos de buena manera, y mostraba
en su persona, en el mirar, por un cabo amor, y cuando era menester, gravedad. Era muy pulido y
limpio, bañábase cada día una vez a la tarde. Tenía muchas mujeres por amigas, hijas de señores,
aunque tenía dos grandes cacicas por sus legítimas mujeres, que cuando usaba con ellas era tan
secretamente, que no lo alcanzaban a saber sino algunos de los que le servían. Era muy limpio de
sodomías. Las mantas y ropas que se ponía un día no se las ponía sino de tres o cuatro días. Tenía
sobre doscientos principales de su guarda en otras salas junto ala suya, y esto no para
que hablasen todos con é, sino cuál y cuál, y cuando le iban a hablar se habían de quitar las
mantas ricas y ponerse otras de poca valía, más habían de ser limpias, y habían de entrar
descalzos y los ojos bajos puestos en tierra, y no mirarle a la cara, y con tres reverencias que le
hacían, le decían en ellas: Señor, mi señor, mi gran señor, primero que a él llegasen.
Desde que le daban relación a lo que iban, sin poca palabras les despachaba. No le volvía las
espaldas al despedirse de él, sino la cara y ojos bajos en tierra, hacia donde estaba, y no vueltas
las espaldas hasta que salían de la sala. Otra cosa que vi, que cuando otros grandes señores venían
de lejanas tierras a pleitos o negocios, cuando llegaban a los aposentos del gran Montezuma,
habían de venir descalzos y con pobres mantas, y no habían de entrar derecho en los
palacios, sino rodear un poco por un lado de la puerta del palacio, que entrar de rota batida
teníanlo por desacato.
En el comer, le tenían sus cocineros sobre treinta manera de guisados, hechos a su manera y
usanza, y teníanlo puestos en braseros de barro chicos debajo, porque no se enfriasen, y
queaquello que el gran Montezuma había de comer guisaban más de trescientos platos, sin más
de mil para la gente de su guarda.
Oí decir que le solían guisar carnes de muchachos de poca edad, y como tenía tantas diversidades
de guisados y de tantas cosas, no lo echábamos de ver si era carne humana o de otras cosas,
porque cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la tierra,
codornices, patos mansos y bravos, venado, puerco de la tierra, pajaritos de caña, palomas,
liebres y conejos, y muchas maneras de aves y cosas que se crían en estas tierras, que son
tantas que nos las acabaré de nombrar tan presto.
Dejemos de hablar de esto y volvamos a l manera que tenía en su servicio al tiempo de comer. Es
de esta manera: que, si hacía frío, teníanle hecha mucha lumbre de ascuas de una leña de cortezas
de árboles, que no hacían humo, y el olor de las cortezas de que hacían aquellas ascuas muy
oloroso, y porque no le diesen más calor de lo que él quería, ponían delante una como tabla
labrada con oro y otras figuras de ídolos, y él sentado en un asentadero bajo, rico y blando, y la
mesa también baja, hecha de la misma manera de los asentaderos.
Allí le ponían sus manteles de mantas blancas y unos pañizuelos algo largos de lo mismo, y
cuatro mujeres muy hermosas y limpias le daban aguamanos en unos como a manera de
aguamaniles hondos, que llaman xicales; ponían debajo, para recoger el agua, otras a manera de
platos, y le daban sus toallas, y otras dos mujeres les traían el pan de tortillas.
Ya que comenzaba a comer, echábanle delante una como puerta de madera muy pintada de oro,
porque no le viesen comer, y estaban apartadas las cuatro mujeres; y allí se le ponían a sus lados
cuatro grandes señores viejos en pie, con quien Montezuma de cuando en cuando platicaba y
preguntaba cosas; y que mucho favor daba a cada uno de estos viejos un plato de lo que a él más
le sabía.
Servíase con barro de Cholula, uno colorado y otro prieto.Mientras que comía ni por pensamiento
habían de hacer alboroto ni hablar alto los de su guarda, que estaban en las salas, cerca de la de
Montezuma. Traíanle fruta de todas cuantas había en la tierra, mas no comía sino muy poca. De
cuando en cuando traían unas como a manera de copas de oro fino con cierta bebida hecha del
mismo cacao. Decían que era para tener acceso con mujeres, y entonces no mirábamos en ello;
mas lo que yo vi es que traían sobre cincuenta jarros grandes, hechos de buen cacao, con su
espuma, y de aquello bebía, y las mujeres le servían al beber con gran acato.
Algunas veces, al tiempo de comer, estaban unos indios corcovados, muy feos, porque eran
chicos de cuerpo y quebrados por medio los cuerpos, que entre ellos eran chocarreros, y otros
indios que debían ser truhanes, que le decían gracias, y otros indios que debían de ser truhanes,
que le decían gracias, y otros que le cantaban y bailaban, porque Montezuma era aficionado a
placeres y cantares. A aquéllos mandaba dar los relieves y jarros del cacao.
Las mismas cuatro mujeres alzaban los manteles y le tornaban a dar aguamanos, con mucho acato
que le hacían; y hablaba Montezuma a aquellos cuatro principales en cosas que le convenían, y se
despedían de él con gran reverencia que le tenían, y él se quedaba reposando. Cuando el gran
Montezuma había comido, luego comían todos los de su guarda y otros muchos de sus
serviciales de casa, y me parece que sacaban sobre mil platos de aquellos manjares que dicho
tengo.
También le ponía en la mesa tres cañutos muy pintados y dorados, y dentro tenían liquidámbar
revuelto con unas yerbas que se dice tabaco. Cuando acababa de comer, después que le habían
bailado y cantado y alzado la mesa, tomaba el humo de uno de aquellos cañutos, y muy poco, y
con ello se dormía.
Acuérdome que eran en aquel tiempo su mayordomo mayor un gran cacique, que le pusimos por
nombre Tapia, y tenía cuanta de todas las rentas que le traían a Montezuma con sus libros, hechos
desu papel, que se dicen amal, y tenía d estos libros una gran casa de ellos. Dejemos de hablar de
los libros y cuentas pues va fuera de nuestra relación, y digamos cómo tenía Montezuma dos
casas llenas de todo género de armas, y muchas de ellas ricas, con oro y pedrería, donde había
rodelas grandes y chicas, y unas como macanas, y otras a manera de espadas de a dos manos,
engastadas en ellas unas navajas de pedernal, que cortan mucho mejor que nuestras espadas, y
otras lanzas más largas que no la nuestras, con una braza de cuchilla, engastadas en ella muchas
navajas, que aunque den con ellas en un broquel o rodela no saltan, y cortan, en fin,
como navajas, que se rapan con ellas las cabezas.
Dejemos esto y vamos a la casa de aves, y por fuerza me he de detener en contar cada género de
qué calidad era, desde águilas reales y otras águilas más chicas y otras muchas maneras de aves
de grandes cuerpos hasta pajaritos muy chicos, pintados de diversos colores, y también donde
hacen aquellos ricos plumajes que labran de plumas verdes. Las aves de estas plumas tienen el
cuerpo a manera de las picazas que hay en nuestra España; llámanse en esta tierra quetzales.
Otros pájaros que tienen la pluma de cinco colores, que es verde, colorado, blanco, amarillo y
azul; éstos no sé cómo se llaman. Pues papagayos de otros diferenciados colores tenían tantos que
no se me acuerdan los nombres.
Dejemos esto y vayamos a otra gran casa donde tenían muchos ídolos y decían que eran sus
dioses bravos, y con ellos todo género de alimañas, de tigres y leones de dos maneras, unos que
son de hechura de lobos, que en esta tierra se llaman adives, y zorros, y otras alimañas chicas, y
todas estas carnicerías se mantenían con carne. Las más de ellas criaban en aquella casa, y les
daban de comer venados, gallinas, perrillos y otras cosas que cazaban, y aun oí decir que cuerpos
de indios de los que sacrificaban.
Pues también tenían en aquella maldita casa muchas víboras y culebras emponzoñadas que traen
en la cola uno que suena como cascabeles. Éstas son las peores víboras de todas, y tenían las en
unas tinajas y en cántaros grandes, y en ellos mucha pluma, y allí ponían sus huevos y criaban sus
viboreznos. Les daban a comer de los cuerpos de los indios que sacrificaban y otras carnes
de perros de los que ellos solían criar; y aun tuvimos por cierto que cuando nos echaron de
Méjico y nos mataron sobre ochocientos cincuenta de nuestros soldados, que de las muertes
mantuvieron muchos días aquellas fieras alimañas y culebras, según diré en su tiempo y sazón; y
estas culebras y alimañas tenían ofrecidas a aquellos sus ídolos bravos para que estuviesen en su
compañía.
Pasemos adelante y digamos de los grande oficiales que tenían de cada oficio que entre ellos se
usaban. Comencemos por lapidarios y plateros de oro y plata y todo vaciadizo, que en nuestra
España los grandes plateros tienen que mirar en ello, y de éstos tenía tantos y tan primos en un
pueblo que se dice Escapuzalco, una legua de Méjico. Pues labrar piedras finas y chalchihuís, que
son como esmeraldas, otros muchos grandes maestros. Vamos adelante a los grandes oficiales de
labrar y asentar de pluma y pintores y entalladores muy sublimados, que por lo que ahora hemos
visto la obra que hacen, tendremos consideración en lo que entonces labraban. Que tres indios
hay ahora en la ciudad de Méjico tan primísimos en su oficio de entalladores y pintores, que se
dicen Marcos de Aquino, Juan de la Cruz y el Crespillo, que si fueran en el tiempo de
aquel antiguo y afamado Apeles, o de Miguel Ángel, o Berruguete, que son de nuestro tiempo,
también les pusieran en el número de ellos.
Pasemos adelante y vamos a las indias tejedores o labranderas, que le hacían tanta multitud de
ropa fina con muy grandes labores de pluma. De donde más cotidianamente le traían era de unos
pueblos y provincia que está en la costa del norte, que se decían Cotastán, muy cerca de San Juan
de Ulúa.
En su casa del mismo gran Montezuma todas las hijas de señores que él tenía por amigas siempre
tejían cosas muy primas, y otras muchas hijas de vecinos mejicanos, que estaban como a manera
de recogimiento, que querían parecer monjas, también tejían, y todo de pluma. Estas monjas
tenían sus casas cerca del gran cu del Huichilobos, y por devoción suya o de otro ídolo de mujer,
que decían que era su abogada para casamientos, las metían sus padres en aquella religión hasta
que se casaban, y de allí las sacaban para casarlas.
Pasemos adelante y digamos de la gran cantidad que tenía el gran Montezuma de bailadores y
danzadores, y otros que traen un palo con los pies, y de otros que parecen como matachines, y
éstos eran para darle placer. Digo que tenía un barrio de éstos, que no entendían en otra cosa.
Pasemos adelante y digamos de los oficiales que tenía de canteros, albañiles y carpinteros, que
todos entendían en las obras de sus casas; también digo que tenía tantas cuantas quería.
No olvidemos las huertas de flores y árboles olorosos, y de los muchos géneros que de ellos
tenía, y el concierto y paseaderos de ellas, y de sus albercas y estanques de agua dulce, cómo
viene el agua por un cabo y va por otro, y de los baños que dentro tenían, y de la diversidad de
pajaritos chicos que en los árboles criaban, y de qué hierbas medicinales y de provecho que en
ellas tenía era cosa de ver; y para todo esto muchos hortelanos, y todo labrado de cantería y
muy encalado, así baños como paseaderos, y otros retretes, y apartamentos como cenaderos, y
también adonde bailaban y cantaban. Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo.
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