jueves, 18 de julio de 2013

Carta de Juárez

CARTA DE JUÁREZ A MAXIMILIANO

Muy respetable señor:

Me dirige usted particularmente su carta del 22 del pasado, fechada a bordo de la fragata "Novara", y mi calidad de hombre cortés y político me impone la obligación de contestarla, aunque muy de prisa y sin una redacción meditada, porque ya debe usted suponer que el delicado e importante cargo de Presidente de la República absorbe casi todo mi tiempo, sin dejarme descansar de noche. Se trata de poner en peligro nuestra nacionalidad, y yo, que por mis principios y juramentos soy el llamado a sostener la integridad nacional, la soberanía y la independencia, tengo que trabajar activamente, multiplicando mis esfuerzos para corresponder al depósito sagrado que la Nación, en el ejercicio de sus facultades, me ha confiado. Sin embargo, me propongo, aunque ligeramente, contestar los puntos mas importantes de su citada carta.
Me dice usted que abandonando la sucesión de un trono de Europa abandonando su familia, sus amigos, sus bienes y lo más caro para el hombre, su Patria, se ha venido y su esposa doña Carlota  a tierras lejanas, desconocidas, sólo ´por corresponder al llamamiento espontáneo que lo hace un pueblo que cifra en usted la felicidad de su porvenir. Admiro positivamente, por una parte, su generosidad, y por otra parte ha sido verdaderamente grande mi sorpresa al encontrar en su carta la frase llamamiento espontáneo, porque yo ya había visto antes que cuando los traidores de mi Patria se presentaron en comisión por si mismos en Miramar ofreciendo a usted la corona de México, con varias cartas de nueve o diez poblaciones de la nación, usted no vio en todo eso más que una farsa ridícula, indigna de ser considerada por un hombre honrado y decente.
Contestó usted a todo eso exigiendo una voluntad libremente manifestada por la Nación y como resultado de sufragio universal; esto era exigir una imposibilidad, pero era una exigencia propia de un hombre honrado. ¿ Cómo no he de admirarme ahora viéndole venir al territorio mexicano sin que haya adelantado nada al respecto a las condiciones impuestas? ¿ Cómo no he de admirarme viéndole aceptar ahora las ofertas de los perjuros y aceptar su lenguaje, con decorar y poner a sus servicios a hombres como Márquez y Herrán, rodearse de toda esa parte dañada de la sociedad mexicana?
Yo he sufrido, francamente, una decepción; yo creía a usted una de esas organizaciones puras que la ambición no alcanzaría a corromper.
Me invita usted a que venga a México, ciudad donde usted se dirige, a fin de que celebremos allí una conferencia, en la que tendrán participación otros jefes mexicanos que están en armas, prometiéndonos a todos las fuerzas necesarias para que nos escolten en el tránsito y empeñando como seguridad y garantía su fe pública, su palabra y honor. Imposible me es, señor, atender ese llamamiento; mis ocupaciones nacionales no me lo permiten; pero sin el ejercito de mis funciones públicas yo debiera aceptar tal intervención, no sería suficiente garantía la fe pública, la palabra y el honor de un agente de Napoleón, de un hombre que se apoya en esos afrancesados de la Nación Mexicana y  del hombre que representa hoy la causa de una  de las partes que firmaron el Tratado de la Soledad.
Me dice usted que de la conferencia que tengamos, en el caso de que yo la acepte, no duda que resultará la paz y con ello la felicidad del pueblo mexicano, y que el Imperio contará en adelante colocándome en un puesto distinguido, con el servicio de mis luces y el apoyo de mi patriotismo. Es cierto, señor, que la historia contemporánea registra el nombre de grandes traidores que han violado sus juramentos y sus promesas, que han faltado su propio partido, a sus antecedentes y a todo lo que hay de desagrado para el hombre honrado; porque estas traiciones el traidor ha sido guiado por una torpe ambición de mando y un vil deseo de satisfacer sus propias pasiones y aun sus mismos vicios; pero el encargado actualmente der la Presidencia de la República, salido de las masas oscuras del pueblo, sucumbirá ( si en los juicios de la Providencia está determinado que sucumba) cumpliendo con juramento, correspondiendo a las esperanzas de la Nación que preside y satisfaciendo las inspiraciones de su conciencia.
Tengo necesidad de concluir por falta de tiempo y agregar sólo una observación.
Es dado al hombre, señor, atacar los derechos contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de sus vicios propios una virtud; pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la Historia.
Ella nos juzgará.
 
Soy de usted atento y seguro servidor.
 
Benito Juárez.

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