lunes, 5 de mayo de 2014

Puebla, 5 de Mayo de 1862



Puebla
5 de mayo de 1862
El 29 de abril, día siguiente de la acción de Acultzingo, se ordenó la marcha rumbo a Puebla a donde llegamos el 3 de mayo, y ese mismo día llegó el enemigo a Amozoc, pues marchábamos con diferencia de una jornada. Luego que llegamos a Puebla, el General en Jefe ordenó que las tropas del General José M. Arteaga, que por haber sido herido gravemente en las Cumbres, las mandaba el General Negrete, ocuparan los cerros de Guadalupe y Loreto; que el General Santiago Tapia con las fuerzas de Puebla, ocupara el perímetro interior de la ciudad que estaba fortificado pasajeramente y artillado, y dejó como columnas maniobreras la Brigada de mi mando, la del General Berriozábal, la del General Lamadrid, y la de caballería que mandaba el Coronel Antonio Alvarez, formadas de los regimientos carabineros a caballo, lanceros de Oaxaca, lanceros de Toluca y escuadrón Trujano, mandados respectivamente por los Coroneles Antonio Álvarez, Félix Díaz, Germán Contreras y el Mayor Casimiro Ramírez.
El 3 de mayo en la noche, día de nuestro arribo a Puebla, el General en Jefe, Don Ignacio Zaragoza, detuvo en su alojamiento a los Generales que sucesivamente llegábamos a darle parte de las novedades del día y de la marcha. Cuando nos habíamos reunido los Generales Don Ignacio Mejía, Don Miguel Negrete, Don Antonio Álvarez, Don Francisco Lamadrid, Don Felipe B. Berriozábal y yo, nos manifestó el General Zaragoza que la resistencia presentada hasta entonces era insignificante para una nación como México de ocho a diez millones de habitantes; pero que era a la vez lo más que podía hacer el Gobierno, dadas sus circunstancias; que vista la situación bajo el primer aspecto era muy vergonzoso que un pequeñísimo cuerpo de tropas, que para la Nación podría tener la importancia de una patrulla, llegara a la capital de la República sin encontrar la resistencia que corresponde a un pueblo que pasa de ocho millones; que en consecuencia, creía que los que estábamos presentes nos debíamos comprometer a combatir hasta el sacrificio, para que si no llegábamos a alcanzar una victoria, cosa muy difícil, aspiración poco lógica, supuesta nuestra desventaja en armamento y casi en todo género de condiciones militares, a lo menos procuráramos causarle algunos estragos al enemigo, aun cuando nuestros elementos actuales fueran consumidos, porque así el Gobierno y la Nación contarían con el tiempo necesario para preparar la defensa del país, pues que teniendo el enemigo muchas bajas y mucho consumo y deterioro en sus materiales, se vería obligado a estacionarse en Puebla. Como era natural, contestamos todos afirmativamente, y en realidad estábamos animados de los mismos sentimientos que el General en Jefe, como lo demostró el éxito que obtuvimos dos días después.
La noche del 3 y todo el día 4 se emplearon en hacer fuertes trabajos de zapa en los dos cerros y en perfeccionar la fortificación del perímetro interior.
El día 4, después de diana, formamos las cuatro columnas maniobreras, inclusa la cabellería, en la Plaza de San José, en espera del ejército invasor. A medio día el Cuartel General supo por las fuerzas mexicanas ligeras que venían a la vanguardia del enemigo, que éste no se movía de Amozoc y volvimos a nuestros cuarteles con orden de formar de nuevo en el mismo lugar, en el momento que se disparara un tiro de cañón en el Fuerte de Guadalupe.
En la madrugada del 5 los ayudantes del Cuartel General, vinieron a sacar de sus cuarteles las distintas columnas para situarlas, según diseosición del Cuartel General. A las 2 de la mañana llegó a darme órdenes el Teniente Coronel Don Joaquín Rivero, ayudante del mismo Cuartel General. Como mi columna había pernoctado con armas en pabellón en la plazuela que estaba frente a mi cuartel, inmediatamente la puse en pie y seguí con ella a Rivero, quien me condujo a la ladrillera de Azcárate, que es el último edificio de la ciudad sobre el camino de Amozoc, diciéndome que era el punto donde debía yo resistir el ataque que por ese lado de la ciudad daría probablemente el enemigo.
Pocos momentos después, llegó la brigada del General Berriozábal, conducida a su vez por otro ayudante, y fue situada a mi izquierda: la del General Francisco de Lamadrid, fue colocada a la izquierda de la de Berriozábal, y la del General Antonio Alvarez fue colocada a mi derecha. Como yo fui el primero en ocupar aquel lugar, y debía presumir que el enemigo estaba cerca, destaqué inmediatamente una cadena de tiradores a mi vanguardia y coloqué el núcleo de mi fuerza en columnas paralelas por batallones. Según fueron llegando las otras brigadas fueron tomando la misma formación, probablemente porque sus jefes la consideraron adecuada a las circunstancias o porque supusieron que yo había obrado por orden del Cuartel General.
Cuando ya casi estaba para amanecer, llegó el General Zaragoza con su Estado Mayor y visitó sucesivamente nuestras columnas comenzando por la mía que estaba sobre el camino, dirigió breves alocuciones a los soldados y dio algunas órdenes, entre otras, que la artillería, que llegó casi a la sazón que él se presentaba en nuestra línea, fuera distribuida en nuestras columnas correspondiendo a la mía dos obuses de batalla calibre 12, cuya sección mandaba el Subteniente Cortés y Frías, ahora General graduado, y que todas las columnas retiráramos nuestras respectivas cadenas y sostén de tiradores formando una cadena general que cubriera el frente de todas con el batallón rifleros de San Luis, mandadas por el entonces Teniente Coronel Don Carlos Salazar, que era el Jefe de ese Batallón. Mis batallones estaban mandados, el primero por el Teniente Coronel Don Alejandro Espinosa, el segundo por el Teniente Coronel Don Francisco Loaeza, el Batallón Morelos, por el Teniente Coronel Don Rafael Ballesteros, el Batallón Guerrero por el Teniente Coronel Don Mariano Jiménez, el de Independencia por el Teniente Coronel Don Pedro Gallegos, y Lanceros de Oaxaca, que en lo económico pertenecía a mi columna, lo mandaba el Teniente Coronel Don Félix Díaz. Los Batallones l° y 2° eran los restos del incendio de San Andrés Chalchicomula y no llegarían a 100 hombres entre los dos.
Así permanecimos hasta cerca de las nueve de la mañana que comenzamos a ver brillar las armas en la cumbre del cerro de las Navajas, pequeña eminencia que hay cerca de la Hacienda de los Álamos. Esto por lo que tocaba a nosotros, pues el General en Jefe tenía a cada momento noticia de todos los movimientos y avances del enemigo. Más tarde el polvo, el brillo de las armas y el humo de los disparos, nos indicó que el Coronel de Caballería Don Pedro Martínez venía en retirada tiroteando la cabeza de la columna del enemigo. Momentos después apareció la cabeza de dicha columna y los tiradores que correspondían a los fuegos de Martínez, siguieron el camino que conduce a los Álamos, a la Hacienda de la Manzanilla; con la intención al parecer de rodear la ciudad más bien que de atacarla por su frente, pues habían dejado la carretera que conduce de Amozoc a Puebla, y mandado una columna de Infantería y Marina y cazadores de Vincennes, apoyada por un escuadrón de cazadores de África, que hizo alto en la garita del peaje.
El General en Jefe interpretó este movimiento del enemigo como la intención de atacar los cerros antes que la ciudad; y así fue en efecto, porque después de un alto de 15 o 20 minutos que hizo la columna enemiga, se forma en batalla con el frente hacia los cerros; estableció sus baterías, rompió sus fuegos de cañón sobre los cerros de Guadalupe y Loreto; tomando el primero como el principal punto objetivo y después destacó una fuerte columna de infantería que al parecer se dirigía, no al cerro de Guadalupe, sino al espacio que separa a los dos cerros.
En estos momentos el General en Jefe ordenó que las Brigadas de Berriozábal y Lamadrid subieran al trote para reforzar los cerros. Se ejecutó el movimiento ordenado, y la Brigada de Berriozábal se colocó en esta forma: el Primer Batallón de Toluca apoyaba su derecha, en el Fuerte de Guadalupe y se extendía hacia el de Loreto y se cubría con la cresta de tierras que estaban a la margen de una zanja, cuya cresta de terracería estaba coronada con una línea de magueyes y le servía de foso la misma zanja y de trinchera la repetida cresta de tierras; a la izquierda del primero formaba el tercero de Toluca, pues el segundo estaba de partida a las órdenes del General O'Haran, en persecución de Márquez: a la izquierda del tercero formaba de la misma manera el Batallón fijo de Veracruz y seguían a su izquierda las fuerzas de Tetela y Zacapoaxtla que mandaba el entonces Coronel Juan N. Méndez, quien se encontraba allí desde antes, como el único defensor del espacio que había descubierto entre los dos fuertes. La Brigada Lamadrid, desmembrada porque el Batallón Rifleros de San Luis estaba formado por tiradores a mi frente, colocó el Batallón de Zapadores en la Capilla de la Resurección y el Batallón Reforma de San Luis como reserva de la línea antes descrita, mandada por el General Berriozábal, abrigada de la artillería enemiga, porque estaba en el descenso del cerro hacia la ciudad.
En los momentos en que las columnas de Berriozábal y Lamadrid ocupaban los cerros, el Cuartel General mandó dividir en dos fracciones la Brigada de caballería de Alvarez, formada una del regimiento de carabineros que mandaba el mismo Álvarez y dos escuadrones de lanceros de Toluca; y con otra columna pasó a colocarse al costado izquierdo del Fuerte de Loreto, lista para aprovechar alguna descompostura del enemigo que permitiera el uso de su arma; y la otra que se componía del regimiento de lanceros de Oaxaca, tercer escuadrón de lanceros de Toluca y escuadrón Trujano, formaban otra columna que se puso a las órdenes del Teniente Coronel Don Félix Díaz y cubría mi derecha, abrigada con el edificio de la finca de campo llamada la Ladrillera.
Los fuegos de nuestra artillería causaron al principio muy poco daño a la columna del enemigo que ascendía sobre los cerros, porque no estaba a su alcance, puesto que el de nuestros cañones era notablemente inferior a los otros cañones del enemigo que podían batirnos desde el llano, y después, porque en el ascenso seguían las ondulaciones del terreno que casi no dejaban verla; pero cuando hubo llegado a la meseta superior recibió de improviso todo el fuego de fusilería de la Brigada de Berriozábal y los fuegos de la artillería de los dos Fuertes de Loreto y Guadalupe, que hasta entonces empezaron a ser eficaces, porque comenzó el enemigo a ser visible y que en su mayor parte aprovecharon la metralla. Este fuego fue resistido muy poco por la columna francesa y en el acto determinó su desorganización y retroceso. En esos momentos el batallón fijo de Veracruz maniobró al trote para batir a la columna enemiga por su costado derecho, movimiento que imitaron los indios de Tetela y Zacapoaxtla, a la sazón que el General Antonio Alvarez salió con su pequeña columna de caballería intentando una carga sobre el enemigo que se retiraba.
El General Laurencez, que desde sus baterías vio el retroceso de su columna, hizo marchar al trote a otra que venía en pos de la primera y que había hecho alto manteniéndose como reserva. Esto ocasionó que nuestras tropas volvieran rápidamente a sus puestos y que la caballería casi no llegara a tocar a la columna en fuga, porque una vez en las ondulaciones del terreno que la cubrían de nuestra artillería, hizo alto la columna derrotada y resistió a sus perseguidores animada con el auxilio que ya tenía muy cerca.
Fue mucho más vigoroso el segundo ataque ejecutado tanto por la columna que primero había sido rechazada como por la que vino en su auxilio. Ambas entraron de frente al cerro de Guadalupe y a la Capilla de la Resurrección que tenía una fortificación pasajera ocupada por el Batallón de Zapadores a las órdenes del General Lamadrid, con tanto valor, que llegaron a pasar los fosos de la Resurrección y los de Guadalupe y, formando columnas unos soldados sobre los hombros de los otros, pretendían escalar las trincheras de Guadalupe. En esos momentos la infantería que defendía el Fuerte de Guadalupe, que consistía en un Batallón de Michoacán, que apenas tendría uno o dos meses de reclutado, no obstante que estaba mandado por un Jefe notable del Ejército, el Coronel Arratia, abandonó las trincheras y se replegó corriendo y en desorden dentro del templo que entonces coronaba el cerro de Guadalupe, quedando en las trincheras sólo los pelotones que servían los cañones, y que pertenecían a la artillería de Veracruz.
El fuerte habría sido tomado si no hubiera sido por algunas maniobras que practicaron las fuerzas de Berriozábal, para batir por el costado derecho a los asaltantes y por el movimiento que hizo el Batallón Reforma de San Luis, por el oriente del mismo fuerte, para batir a pecho descubierto a los asaltantes, que ocupaban el foso y verma del Fuerte de Guadalupe.
Aprovechándose el Coronel Arratia de esta circunstancia, dijo a los soldados del Batallón de Morelia que estaban desmoralizados y se habían refugiado en la Iglesia de Guadalupe, de donde no los había podido sacar sin embargo de haber matado a tres con su espada, que el enemigo huía, como lo demostraba el hecho de que ya los perseguía el Batallón Reforma de San Luis. Esto reanimó a los soldados desmoralizados y los hizo salir de la iglesia y coronar de nuevo las trincheras que poco antes habían abandonado, haciendo un vivo fuego en los momentos en que las companías del Batallón Reforma de San Luis Potosí, por la derecha y los Batallones 3° de Toluca y Fijo de Veracruz por la izquierda, rompían los suyos a pecho descubierto y a cortísima distancia.
Los franceses que habían llegado al foso y verma de la fortificación, pretendían escalar las trincheras agarrándose de las pocas salientes de los cañones. El General Zaragoza, que disponía de poco armamento, había ordenado que las armas portátiles de los artilleros se distribuyeran entre la infantería, creyendo que los artilleros estaban bastante armados con sus piezas. Por este motivo los artilleros no podían rechazar el asalto de los franceses, sino usando de sus escobillones y palancas de maniobras.
El hecho de que el Batallón de Arratia volviera a cubrir rápidamente las trincheras que había abandonado y el fuego nutrido que inició, determinó no sólo la derrota, sino la fuga más que de prisa del enemigo, y decidió la suerte de la batalla.
Al mandar el General Laurencez la segunda columna en auxilio de la primera, movió también la de Infantería de Marina, cazadores de África y cazadores de Vincennes, que habían quedado en la garita del peaje, y ésta venía sobre el llano y plantío de cebada, atacando directamente las posiciones que yo ocupaba al oriente de la ciudad sobre la carretera. El ataque que yo sostenía en el llano era, pues, simultáneo con el segundo del cerro. Cuando el enemigo estuvo muy cerca, y los disparos de su cadena de tiradores hacían grave perjuicio, no sólo a la cadena de tiradores que como he dicho antes, formaba al frente el Batallón de Rifleros de San Luis, sino a las columnas mismas, mandé retirar al trote y por los flancos al batallón de rifleros, e hice avanzar también al trote al Batallón Guerrero en columnas, mandado por el Teniente Coronel Mariano Jíménez, y moví en pos de él a los dos obuses y a toda mi fuerza, incluso el Batallón de Rifleros de San Luis, que se reorganizaba a mi espalda. El Batallón Guerrero retrocedió al fuego nutrido de la columna del enemigo cuando éste, a su vez, recogió su cadena de tiradores que era de zuavos.
Al sentir el fuego de todo el núcleo de mi columna y el de mis dos obuses, el enemigo volvió caras muy pocos momentos antes de que fueran rechazados los que atacaban el cerro. En esos momentos ordené al Teniente Coronel Félix Díaz que cargara al sable y lo hizo con brío, causando mucho destrozo al enemigo; pero encontrándose en la carga una zanja que ño podía pasar la caballería y si la infantería, ésta se reanimó y a su vez rechazó a la caballería. Como la derrota que yo les di era por la falda del cerro, y no por donde ellos habían venido, en su fuga se juntaron con los prófugos del cerro, haciendo una fuerte masa que ya me oponía una resitencia muy seria. Sin embargo seguía yo avanzando mientras ellos retrocedían y acercándoles muchos más tiradores y nutriendo en cuanto era posible el fuego de mis cañones que lo hacían ganando terreno.
A mi izquierda y sobre el cerro, estaba formado en columna el Batallón de Zapadores que mandaba el Coronel Miguel Balcázar, que acababa de hacer la defensa de la Capilla de la Resurrección. Le previne por medio de un ayudante, que hiciera un movimiento de avance en relación con el mío por el costado izquierdo; me contestó que no estaba a mis órdenes, pero que lo haría si yo le ofrecía tomar sobre mí la responsabilidad de su conducta, y habiéndole contestado afirmativamente, ejecutó con brío y con mucho acierto mis órdenes. Este fue el único auxilio que tuve de los cerros.
Cuando había avanzado en persecución del enemigo más allá del alcance de los cañones de Guadalupe, recibí una orden del General en Jefe con el Capitán Pedro León, uno de sus Oficiales de órdenes, en que se me prevenía suspendiera la persecución. Contesté negativamente y que yo explicaría mi conducta. En seguida se me presentó el Jefe de Estado Mayor, Coronel Don Joaquín Colombres, intimándome que no insistiera en dicha persecución y que de no obedecer esa orden tendría que explicar mi conducta, no al General en Jefe, sino a un Consejo de Guerra; y como yo entonces me entendía con un Oficial facultativo, le manifesté que el enemigo ya reorganizado marchaba en retroceso y que si yo suspendía mi simulacro de avance, no solamente suspendería él también su marcha de retirada, sino que avanzaría sobre mí; que mi columna era muy pequeña y estaba yo muy lejos del fuerte para poder ser auxiliado con oportunidad. Le hice notar, además, que faltaban muy pocos momentos para que oscureciera por completo, y que cuando entrara la noche podría yo hacer mi movimiento de retroceso con menor peligro, dejando allí una cadena de tiradores que vigilara al enemigo. El Coronel Colombres estimó justas mis observaciones y me dijo que aunque eran otras las órdenes que traía del General en Jefe, siguiera yo ejecutando mi propósito y que él se lo explicaría.
Ejecutada mi retirada hasta mi antigua posición que era la Ladrillera de Azcárate, me presenté al General Zaragoza en el atrio de la Capilla de los Remedios, y habiéndose explicado mis movimientos, apróbó todo lo que había ejecutado en la tarde.
Esta victoria fue tan inesperada que nos sorprendimos verdaderamente con ella, y pareciéndome a mí que era un sueño, salía en la noche al campo para rectificar la verdad de los hechos con las conversaciones que los soldados tenían al derredor del fuego y con las luces del campamento enemigo.
El parte que rindió el General Zaragoza de la batalla del 5 de mayo de 1862, expresa el número de fuerza inferior al del enemigo, si se descuenta la que quedó a las órdenes del General Santiago Tapia, que se destinó a la defensa del perímetro interior y que no entró en acción porque nO llegó a ser atacado. Inserto en seguida por su interés histórico, el parte oficial de la batalla.

Ejército de Oriente.- General en Jefe:
Después de mi movimiento retrógrado que emprendí, desde las Cumbres de Acultzingo, llegué a esta ciudad el día 3 del presente, según tuve el honor de dar parte a usted. El enemigo me seguía a distancia de una jornada pequeña, y habiendo dejado a retaguardia de aquél la 2a. Brigada de caballería, compuesta de poco más de 300 hombres, para que en lo posible lo hostilizara, me situé como llevo dicho en Puebla. En el acto di mis órdenes para poner en un regular estado de defensa los cerros de Guadalupe y Loreto, haciendo activar la fortificación de la plaza que hasta entonces estaba descuidada.
Al amanecer del día 4 ordené al distinguido General C. Miguel Negrete, que con la 2a. División de su mando, compuesta de 1,200 hombres, lista para combatir, ocupara los expresados cerros de Loreto y Guadalupe, los cuales fueron artillados con dos baterías de batalla y montaña. El mismo día 4 hice formar de las Brigadas Berriozábal, Díaz y Lamadrid, tres columnas de ataque, compuestas: la primera de 1,082 hombres, la segunda de 1,000, y la última de 1,020, toda infantería, y además una columna de caballería con 550 caballos que mandaba el ciudadano General Antonio Álvarez, designando para su dotación una batería de batalla. Estas fuerzas estuvieron formadas en la Plaza de San José, hasta las doce del día, a cuya hora se encuartelaron. El enemigo pernoctó en Amozoc.
A las cinco de la mañana del memorable día 5 de mayo, aquellas fuerzas marchaban a la línea de batalla que había yo determinado y verá usted marcada en el croquis adjunto. Ordené al ciudadano Comandante militar de artillería, Coronel Zeferino Rodríguez, que la artillería sobrante la colocara en la fortificación de la plaza, poniéndola a disposición del ciudadano Comandante Militar del Estado, General Santiago Tapia.
A las diez de la mañana se avistó el enemigo, y después del tiempo muy preciso para acampar, desprendió sus columnas de ataque, una hacia el cerro de Guadalupe, compuesta como de 4,000 hombres con dos baterías y otra pequeña de 1,000, amagando nuestro frente. Este ataque, que no había previsto, aunque conocía la audacia del ejército francés, me hizo cambiar mi plan de maniobras y formar el de defensa, mandando en consecuencia que la Brigada Berriozábal, a paso veloz, reforzara a Loreto y Guadalupe, y que el cuerpo de carabineros de a caballo, fuera a ocupar la izquierda de aquellos para que cargara en el momento oportuno. Poco después mandé al Batallón Reforma de la Brigada Lamadrid, para auxiliar los cerros que a cada momento se comprometían más en su resistencia. Al Batallón de Zapadores de la misma brigada le ordené marcharse a ocupar un barrio que está casi a la falda del cerro, y llegó tan oportunamente que evitó la subida a una columna que por allí se dirigía al mismo cerro, trabando combates casi personales. Tres cargas bruscas ejecutaron los franceses y en las tres fueron rechazadas con valor y dignidad; la caballería situada a la izquierda de Loreto, aprovechando la primera oportunidad, cargó bizarramente, lo que les costó reorganizarse para nueva carga.
Cuando el combate del cerro estaba más empeñado, tenía lugar otro no menos reñido en la llanura de la derecha que formaba mi frente.El ciudadano General Díaz, con dos Cuerpos de su Brigada, uno de la de Lamadrid, con dos piezas de batalla y el resto de la de Álvarez, contuvieron y rechazaron a la columna enemiga, que también con arrojo marchaba sobre nuestras posiciones; ella se replegó hacia la Hacienda de San José Rentería, donde también lo habían verificado los rechazados del cerro, que ya de nuevo organizados, se preparaban únicamente a defenderse, pues hasta habían claraboyado las fincas; pero yo no podía atacarlos porque derrotados como estaban, tenían más fuerza numérica que la mía: por tanto, mandé hacer alto al ciudadano General Díaz, que con empeño y bizarría los siguió, y me limité a conservar una posición amenazante.
Ambas fuerzas beligerantes estuvieron a la vista hasta las siete de la noche que emprendieron los contrarios su retirada a su campamento de la Hacienda de los Alamos, verificando poco después la nuestra a su línea.
La noche se pasó en levantar el campo, del cual se recogieron muchos muertos y heridos del enemigo, y cuya operación duró todo el día siguiente; y aunque no puedo decir el número exacto de pérdidas de aquel, sí aseguro que pasó de mil hombres entre muertos y heridos y ocho o diez prisioneros.
Por demás me parece recomendar a usted el comportamiento de mis valientes compañeros; el hecho glorioso que acaba de tener lugar patentiza su brío y por sí sólo los recomienda.
El Ejército francés se ha batido con mucha bizarría; su General en Jefe se ha portado con torpeza en su ataque.
Las Armas Nacionales, Ciudadano. Ministro, se han cubierto de gloria y por ello felicito al Primer Magistrado de la República por el digno conducto de usted, en el concepto de que puedo afirmar con orgullo, que ni un solo momento volvió la espalda al enemigo el Ejército mexicano, durante la larga lucha que sostuvo.
Indicaré a usted, por último, que al mismo tiempo de estar preparando la defensa del honor nacional, tuve la necesidad de mandar a las Brigadas O'Horan y Carbajal a batir a los facciosos, que en número considerable se hallaban en Atlixco y Matamoros, cuya circunstancia acaso libró al enemigo extranjero de una derrota completa y al pequeño Cuerpo de Ejército de Oriente de una victoria que habría inmortalizado su nombre.

Al rendir el parte de la gloriosa jornada del día 5 de este mes, adjunto el expediente respectivo en que constan los pormenores y detalles expresados por los Jefes que a ella concurrieron.
Obra: Memorias del Gral. Porfirio Díaz.

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