Puebla
5 de mayo de 1862
El 29 de abril, día
siguiente de la acción de Acultzingo, se ordenó la marcha rumbo a Puebla a
donde llegamos el 3 de mayo, y ese mismo día llegó el enemigo a Amozoc, pues
marchábamos con diferencia de una jornada. Luego que llegamos a Puebla, el
General en Jefe ordenó que las tropas del General José M. Arteaga, que por
haber sido herido gravemente en las Cumbres, las mandaba el General Negrete,
ocuparan los cerros de Guadalupe y Loreto; que el General Santiago Tapia con
las fuerzas de Puebla, ocupara el perímetro interior de la ciudad que estaba
fortificado pasajeramente y artillado, y dejó como columnas maniobreras la
Brigada de mi mando, la del General Berriozábal, la del General Lamadrid, y la
de caballería que mandaba el Coronel Antonio Alvarez, formadas de los
regimientos carabineros a caballo, lanceros de Oaxaca, lanceros de Toluca y
escuadrón Trujano, mandados respectivamente por los Coroneles Antonio Álvarez,
Félix Díaz, Germán Contreras y el Mayor Casimiro Ramírez.
El 3 de mayo en la
noche, día de nuestro arribo a Puebla, el General en Jefe, Don Ignacio
Zaragoza, detuvo en su alojamiento a los Generales que sucesivamente llegábamos
a darle parte de las novedades del día y de la marcha. Cuando nos habíamos
reunido los Generales Don Ignacio Mejía, Don Miguel Negrete, Don Antonio
Álvarez, Don Francisco Lamadrid, Don Felipe B. Berriozábal y yo, nos manifestó
el General Zaragoza que la resistencia presentada hasta entonces era
insignificante para una nación como México de ocho a diez millones de
habitantes; pero que era a la vez lo más que podía hacer el Gobierno, dadas sus
circunstancias; que vista la situación bajo el primer aspecto era muy
vergonzoso que un pequeñísimo cuerpo de tropas, que para la Nación podría tener
la importancia de una patrulla, llegara a la capital de la República sin
encontrar la resistencia que corresponde a un pueblo que pasa de ocho millones;
que en consecuencia, creía que los que estábamos presentes nos debíamos
comprometer a combatir hasta el sacrificio, para que si no llegábamos a
alcanzar una victoria, cosa muy difícil, aspiración poco lógica, supuesta
nuestra desventaja en armamento y casi en todo género de condiciones militares,
a lo menos procuráramos causarle algunos estragos al enemigo, aun cuando
nuestros elementos actuales fueran consumidos, porque así el Gobierno y la
Nación contarían con el tiempo necesario para preparar la defensa del país,
pues que teniendo el enemigo muchas bajas y mucho consumo y deterioro en sus
materiales, se vería obligado a estacionarse en Puebla. Como era natural,
contestamos todos afirmativamente, y en realidad estábamos animados de los
mismos sentimientos que el General en Jefe, como lo demostró el éxito que
obtuvimos dos días después.
La noche del 3 y
todo el día 4 se emplearon en hacer fuertes trabajos de zapa en los dos cerros
y en perfeccionar la fortificación del perímetro interior.
El día 4, después de
diana, formamos las cuatro columnas maniobreras, inclusa la cabellería, en la
Plaza de San José, en espera del ejército invasor. A medio día el Cuartel
General supo por las fuerzas mexicanas ligeras que venían a la vanguardia del
enemigo, que éste no se movía de Amozoc y volvimos a nuestros cuarteles con
orden de formar de nuevo en el mismo lugar, en el momento que se disparara un
tiro de cañón en el Fuerte de Guadalupe.
En la madrugada del
5 los ayudantes del Cuartel General, vinieron a sacar de sus cuarteles las
distintas columnas para situarlas, según diseosición del Cuartel General. A las
2 de la mañana llegó a darme órdenes el Teniente Coronel Don Joaquín Rivero,
ayudante del mismo Cuartel General. Como mi columna había pernoctado con armas
en pabellón en la plazuela que estaba frente a mi cuartel, inmediatamente la
puse en pie y seguí con ella a Rivero, quien me condujo a la ladrillera de
Azcárate, que es el último edificio de la ciudad sobre el camino de Amozoc,
diciéndome que era el punto donde debía yo resistir el ataque que por ese lado
de la ciudad daría probablemente el enemigo.
Pocos momentos
después, llegó la brigada del General Berriozábal, conducida a su vez por otro
ayudante, y fue situada a mi izquierda: la del General Francisco de Lamadrid,
fue colocada a la izquierda de la de Berriozábal, y la del General Antonio
Alvarez fue colocada a mi derecha. Como yo fui el primero en ocupar aquel
lugar, y debía presumir que el enemigo estaba cerca, destaqué inmediatamente
una cadena de tiradores a mi vanguardia y coloqué el núcleo de mi fuerza en
columnas paralelas por batallones. Según fueron llegando las otras brigadas
fueron tomando la misma formación, probablemente porque sus jefes la
consideraron adecuada a las circunstancias o porque supusieron que yo había
obrado por orden del Cuartel General.
Cuando ya casi
estaba para amanecer, llegó el General Zaragoza con su Estado Mayor y visitó
sucesivamente nuestras columnas comenzando por la mía que estaba sobre el
camino, dirigió breves alocuciones a los soldados y dio algunas órdenes, entre
otras, que la artillería, que llegó casi a la sazón que él se presentaba en
nuestra línea, fuera distribuida en nuestras columnas correspondiendo a la mía
dos obuses de batalla calibre 12, cuya sección mandaba el Subteniente Cortés y
Frías, ahora General graduado, y que todas las columnas retiráramos nuestras
respectivas cadenas y sostén de tiradores formando una cadena general que
cubriera el frente de todas con el batallón rifleros de San Luis, mandadas por
el entonces Teniente Coronel Don Carlos Salazar, que era el Jefe de ese
Batallón. Mis batallones estaban mandados, el primero por el Teniente Coronel
Don Alejandro Espinosa, el segundo por el Teniente Coronel Don Francisco
Loaeza, el Batallón Morelos, por el Teniente Coronel Don Rafael Ballesteros, el
Batallón Guerrero por el Teniente Coronel Don Mariano Jiménez, el de
Independencia por el Teniente Coronel Don Pedro Gallegos, y Lanceros de Oaxaca,
que en lo económico pertenecía a mi columna, lo mandaba el Teniente Coronel Don
Félix Díaz. Los Batallones l° y 2° eran los restos del incendio de San Andrés
Chalchicomula y no llegarían a 100 hombres entre los dos.
Así permanecimos
hasta cerca de las nueve de la mañana que comenzamos a ver brillar las armas en
la cumbre del cerro de las Navajas, pequeña eminencia que hay cerca de la
Hacienda de los Álamos. Esto por lo que tocaba a nosotros, pues el General en
Jefe tenía a cada momento noticia de todos los movimientos y avances del
enemigo. Más tarde el polvo, el brillo de las armas y el humo de los disparos,
nos indicó que el Coronel de Caballería Don Pedro Martínez venía en retirada
tiroteando la cabeza de la columna del enemigo. Momentos después apareció la
cabeza de dicha columna y los tiradores que correspondían a los fuegos de
Martínez, siguieron el camino que conduce a los Álamos, a la Hacienda de la
Manzanilla; con la intención al parecer de rodear la ciudad más bien que de
atacarla por su frente, pues habían dejado la carretera que conduce de Amozoc a
Puebla, y mandado una columna de Infantería y Marina y cazadores de Vincennes,
apoyada por un escuadrón de cazadores de África, que hizo alto en la garita del
peaje.
El General en Jefe
interpretó este movimiento del enemigo como la intención de atacar los cerros
antes que la ciudad; y así fue en efecto, porque después de un alto de 15 o 20
minutos que hizo la columna enemiga, se forma en batalla con el frente hacia
los cerros; estableció sus baterías, rompió sus fuegos de cañón sobre los
cerros de Guadalupe y Loreto; tomando el primero como el principal punto
objetivo y después destacó una fuerte columna de infantería que al parecer se
dirigía, no al cerro de Guadalupe, sino al espacio que separa a los dos cerros.
En estos momentos el
General en Jefe ordenó que las Brigadas de Berriozábal y Lamadrid subieran al
trote para reforzar los cerros. Se ejecutó el movimiento ordenado, y la Brigada
de Berriozábal se colocó en esta forma: el Primer Batallón de Toluca apoyaba su
derecha, en el Fuerte de Guadalupe y se extendía hacia el de Loreto y se cubría
con la cresta de tierras que estaban a la margen de una zanja, cuya cresta de
terracería estaba coronada con una línea de magueyes y le servía de foso la
misma zanja y de trinchera la repetida cresta de tierras; a la izquierda del
primero formaba el tercero de Toluca, pues el segundo estaba de partida a las
órdenes del General O'Haran, en persecución de Márquez: a la izquierda del
tercero formaba de la misma manera el Batallón fijo de Veracruz y seguían a su
izquierda las fuerzas de Tetela y Zacapoaxtla que mandaba el entonces Coronel
Juan N. Méndez, quien se encontraba allí desde antes, como el único defensor
del espacio que había descubierto entre los dos fuertes. La Brigada Lamadrid,
desmembrada porque el Batallón Rifleros de San Luis estaba formado por
tiradores a mi frente, colocó el Batallón de Zapadores en la Capilla de la
Resurección y el Batallón Reforma de San Luis como reserva de la línea antes
descrita, mandada por el General Berriozábal, abrigada de la artillería
enemiga, porque estaba en el descenso del cerro hacia la ciudad.
En los momentos en
que las columnas de Berriozábal y Lamadrid ocupaban los cerros, el Cuartel
General mandó dividir en dos fracciones la Brigada de caballería de Alvarez,
formada una del regimiento de carabineros que mandaba el mismo Álvarez y dos
escuadrones de lanceros de Toluca; y con otra columna pasó a colocarse al
costado izquierdo del Fuerte de Loreto, lista para aprovechar alguna
descompostura del enemigo que permitiera el uso de su arma; y la otra que se
componía del regimiento de lanceros de Oaxaca, tercer escuadrón de lanceros de
Toluca y escuadrón Trujano, formaban otra columna que se puso a las órdenes del
Teniente Coronel Don Félix Díaz y cubría mi derecha, abrigada con el edificio
de la finca de campo llamada la Ladrillera.
Los fuegos de
nuestra artillería causaron al principio muy poco daño a la columna del enemigo
que ascendía sobre los cerros, porque no estaba a su alcance, puesto que el de
nuestros cañones era notablemente inferior a los otros cañones del enemigo que
podían batirnos desde el llano, y después, porque en el ascenso seguían las
ondulaciones del terreno que casi no dejaban verla; pero cuando hubo llegado a
la meseta superior recibió de improviso todo el fuego de fusilería de la
Brigada de Berriozábal y los fuegos de la artillería de los dos Fuertes de Loreto
y Guadalupe, que hasta entonces empezaron a ser eficaces, porque comenzó el
enemigo a ser visible y que en su mayor parte aprovecharon la metralla. Este
fuego fue resistido muy poco por la columna francesa y en el acto determinó su
desorganización y retroceso. En esos momentos el batallón fijo de Veracruz
maniobró al trote para batir a la columna enemiga por su costado derecho,
movimiento que imitaron los indios de Tetela y Zacapoaxtla, a la sazón que el
General Antonio Alvarez salió con su pequeña columna de caballería intentando
una carga sobre el enemigo que se retiraba.
El General
Laurencez, que desde sus baterías vio el retroceso de su columna, hizo marchar
al trote a otra que venía en pos de la primera y que había hecho alto
manteniéndose como reserva. Esto ocasionó que nuestras tropas volvieran
rápidamente a sus puestos y que la caballería casi no llegara a tocar a la
columna en fuga, porque una vez en las ondulaciones del terreno que la cubrían
de nuestra artillería, hizo alto la columna derrotada y resistió a sus
perseguidores animada con el auxilio que ya tenía muy cerca.
Fue mucho más
vigoroso el segundo ataque ejecutado tanto por la columna que primero había
sido rechazada como por la que vino en su auxilio. Ambas entraron de frente al
cerro de Guadalupe y a la Capilla de la Resurrección que tenía una
fortificación pasajera ocupada por el Batallón de Zapadores a las órdenes del
General Lamadrid, con tanto valor, que llegaron a pasar los fosos de la
Resurrección y los de Guadalupe y, formando columnas unos soldados sobre los
hombros de los otros, pretendían escalar las trincheras de Guadalupe. En esos
momentos la infantería que defendía el Fuerte de Guadalupe, que consistía en un
Batallón de Michoacán, que apenas tendría uno o dos meses de reclutado, no
obstante que estaba mandado por un Jefe notable del Ejército, el Coronel
Arratia, abandonó las trincheras y se replegó corriendo y en desorden dentro
del templo que entonces coronaba el cerro de Guadalupe, quedando en las
trincheras sólo los pelotones que servían los cañones, y que pertenecían a la
artillería de Veracruz.
El fuerte habría
sido tomado si no hubiera sido por algunas maniobras que practicaron las
fuerzas de Berriozábal, para batir por el costado derecho a los asaltantes y
por el movimiento que hizo el Batallón Reforma de San Luis, por el oriente del
mismo fuerte, para batir a pecho descubierto a los asaltantes, que ocupaban el
foso y verma del Fuerte de Guadalupe.
Aprovechándose el
Coronel Arratia de esta circunstancia, dijo a los soldados del Batallón de
Morelia que estaban desmoralizados y se habían refugiado en la Iglesia de
Guadalupe, de donde no los había podido sacar sin embargo de haber matado a
tres con su espada, que el enemigo huía, como lo demostraba el hecho de que ya
los perseguía el Batallón Reforma de San Luis. Esto reanimó a los soldados
desmoralizados y los hizo salir de la iglesia y coronar de nuevo las trincheras
que poco antes habían abandonado, haciendo un vivo fuego en los momentos en que
las companías del Batallón Reforma de San Luis Potosí, por la derecha y los
Batallones 3° de Toluca y Fijo de Veracruz por la izquierda, rompían los suyos
a pecho descubierto y a cortísima distancia.
Los franceses que
habían llegado al foso y verma de la fortificación, pretendían escalar las
trincheras agarrándose de las pocas salientes de los cañones. El General
Zaragoza, que disponía de poco armamento, había ordenado que las armas
portátiles de los artilleros se distribuyeran entre la infantería, creyendo que
los artilleros estaban bastante armados con sus piezas. Por este motivo los
artilleros no podían rechazar el asalto de los franceses, sino usando de sus
escobillones y palancas de maniobras.
El hecho de que el
Batallón de Arratia volviera a cubrir rápidamente las trincheras que había
abandonado y el fuego nutrido que inició, determinó no sólo la derrota, sino la
fuga más que de prisa del enemigo, y decidió la suerte de la batalla.
Al mandar el General
Laurencez la segunda columna en auxilio de la primera, movió también la de Infantería
de Marina, cazadores de África y cazadores de Vincennes, que habían quedado en
la garita del peaje, y ésta venía sobre el llano y plantío de cebada, atacando
directamente las posiciones que yo ocupaba al oriente de la ciudad sobre la
carretera. El ataque que yo sostenía en el llano era, pues, simultáneo con el
segundo del cerro. Cuando el enemigo estuvo muy cerca, y los disparos de su
cadena de tiradores hacían grave perjuicio, no sólo a la cadena de tiradores
que como he dicho antes, formaba al frente el Batallón de Rifleros de San Luis,
sino a las columnas mismas, mandé retirar al trote y por los flancos al
batallón de rifleros, e hice avanzar también al trote al Batallón Guerrero en
columnas, mandado por el Teniente Coronel Mariano Jíménez, y moví en pos de él
a los dos obuses y a toda mi fuerza, incluso el Batallón de Rifleros de San
Luis, que se reorganizaba a mi espalda. El Batallón Guerrero retrocedió al
fuego nutrido de la columna del enemigo cuando éste, a su vez, recogió su
cadena de tiradores que era de zuavos.
Al sentir el fuego
de todo el núcleo de mi columna y el de mis dos obuses, el enemigo volvió caras
muy pocos momentos antes de que fueran rechazados los que atacaban el cerro. En
esos momentos ordené al Teniente Coronel Félix Díaz que cargara al sable y lo
hizo con brío, causando mucho destrozo al enemigo; pero encontrándose en la
carga una zanja que ño podía pasar la caballería y si la infantería, ésta se
reanimó y a su vez rechazó a la caballería. Como la derrota que yo les di era
por la falda del cerro, y no por donde ellos habían venido, en su fuga se
juntaron con los prófugos del cerro, haciendo una fuerte masa que ya me oponía
una resitencia muy seria. Sin embargo seguía yo avanzando mientras ellos
retrocedían y acercándoles muchos más tiradores y nutriendo en cuanto era
posible el fuego de mis cañones que lo hacían ganando terreno.
A mi izquierda y
sobre el cerro, estaba formado en columna el Batallón de Zapadores que mandaba
el Coronel Miguel Balcázar, que acababa de hacer la defensa de la Capilla de la
Resurrección. Le previne por medio de un ayudante, que hiciera un movimiento de
avance en relación con el mío por el costado izquierdo; me contestó que no
estaba a mis órdenes, pero que lo haría si yo le ofrecía tomar sobre mí la
responsabilidad de su conducta, y habiéndole contestado afirmativamente,
ejecutó con brío y con mucho acierto mis órdenes. Este fue el único auxilio que
tuve de los cerros.
Cuando había
avanzado en persecución del enemigo más allá del alcance de los cañones de
Guadalupe, recibí una orden del General en Jefe con el Capitán Pedro León, uno
de sus Oficiales de órdenes, en que se me prevenía suspendiera la persecución.
Contesté negativamente y que yo explicaría mi conducta. En seguida se me
presentó el Jefe de Estado Mayor, Coronel Don Joaquín Colombres, intimándome
que no insistiera en dicha persecución y que de no obedecer esa orden tendría
que explicar mi conducta, no al General en Jefe, sino a un Consejo de Guerra; y
como yo entonces me entendía con un Oficial facultativo, le manifesté que el
enemigo ya reorganizado marchaba en retroceso y que si yo suspendía mi
simulacro de avance, no solamente suspendería él también su marcha de retirada,
sino que avanzaría sobre mí; que mi columna era muy pequeña y estaba yo muy
lejos del fuerte para poder ser auxiliado con oportunidad. Le hice notar,
además, que faltaban muy pocos momentos para que oscureciera por completo, y
que cuando entrara la noche podría yo hacer mi movimiento de retroceso con
menor peligro, dejando allí una cadena de tiradores que vigilara al enemigo. El
Coronel Colombres estimó justas mis observaciones y me dijo que aunque eran
otras las órdenes que traía del General en Jefe, siguiera yo ejecutando mi
propósito y que él se lo explicaría.
Ejecutada mi
retirada hasta mi antigua posición que era la Ladrillera de Azcárate, me
presenté al General Zaragoza en el atrio de la Capilla de los Remedios, y
habiéndose explicado mis movimientos, apróbó todo lo que había ejecutado en la
tarde.
Esta victoria fue tan
inesperada que nos sorprendimos verdaderamente con ella, y pareciéndome a mí
que era un sueño, salía en la noche al campo para rectificar la verdad de los
hechos con las conversaciones que los soldados tenían al derredor del fuego y
con las luces del campamento enemigo.
El parte que rindió
el General Zaragoza de la batalla del 5 de mayo de 1862, expresa el número de
fuerza inferior al del enemigo, si se descuenta la que quedó a las órdenes del
General Santiago Tapia, que se destinó a la defensa del perímetro interior y
que no entró en acción porque nO llegó a ser atacado. Inserto en seguida por su
interés histórico, el parte oficial de la batalla.
Ejército de
Oriente.- General en Jefe:
Después de mi
movimiento retrógrado que emprendí, desde las Cumbres de Acultzingo, llegué a
esta ciudad el día 3 del presente, según tuve el honor de dar parte a usted. El
enemigo me seguía a distancia de una jornada pequeña, y habiendo dejado a
retaguardia de aquél la 2a. Brigada de caballería, compuesta de poco más de 300
hombres, para que en lo posible lo hostilizara, me situé como llevo dicho en
Puebla. En el acto di mis órdenes para poner en un regular estado de defensa
los cerros de Guadalupe y Loreto, haciendo activar la fortificación de la plaza
que hasta entonces estaba descuidada.
Al amanecer del día
4 ordené al distinguido General C. Miguel Negrete, que con la 2a. División de
su mando, compuesta de 1,200 hombres, lista para combatir, ocupara los
expresados cerros de Loreto y Guadalupe, los cuales fueron artillados con dos
baterías de batalla y montaña. El mismo día 4 hice formar de las Brigadas
Berriozábal, Díaz y Lamadrid, tres columnas de ataque, compuestas: la primera
de 1,082 hombres, la segunda de 1,000, y la última de 1,020, toda infantería, y
además una columna de caballería con 550 caballos que mandaba el ciudadano
General Antonio Álvarez, designando para su dotación una batería de batalla.
Estas fuerzas estuvieron formadas en la Plaza de San José, hasta las doce del
día, a cuya hora se encuartelaron. El enemigo pernoctó en Amozoc.
A las cinco de la
mañana del memorable día 5 de mayo, aquellas fuerzas marchaban a la línea de
batalla que había yo determinado y verá usted marcada en el croquis adjunto.
Ordené al ciudadano Comandante militar de artillería, Coronel Zeferino
Rodríguez, que la artillería sobrante la colocara en la fortificación de la
plaza, poniéndola a disposición del ciudadano Comandante Militar del Estado,
General Santiago Tapia.
A las diez de la
mañana se avistó el enemigo, y después del tiempo muy preciso para acampar,
desprendió sus columnas de ataque, una hacia el cerro de Guadalupe, compuesta
como de 4,000 hombres con dos baterías y otra pequeña de 1,000, amagando
nuestro frente. Este ataque, que no había previsto, aunque conocía la audacia del
ejército francés, me hizo cambiar mi plan de maniobras y formar el de defensa,
mandando en consecuencia que la Brigada Berriozábal, a paso veloz, reforzara a
Loreto y Guadalupe, y que el cuerpo de carabineros de a caballo, fuera a ocupar
la izquierda de aquellos para que cargara en el momento oportuno. Poco después
mandé al Batallón Reforma de la Brigada Lamadrid, para auxiliar los
cerros que a cada momento se comprometían más en su resistencia. Al Batallón de
Zapadores de la misma brigada le ordené marcharse a ocupar un barrio que está
casi a la falda del cerro, y llegó tan oportunamente que evitó la subida a una
columna que por allí se dirigía al mismo cerro, trabando combates casi
personales. Tres cargas bruscas ejecutaron los franceses y en las tres fueron
rechazadas con valor y dignidad; la caballería situada a la izquierda de
Loreto, aprovechando la primera oportunidad, cargó bizarramente, lo que les
costó reorganizarse para nueva carga.
Cuando el combate
del cerro estaba más empeñado, tenía lugar otro no menos reñido en la llanura
de la derecha que formaba mi frente.El ciudadano General Díaz, con dos Cuerpos
de su Brigada, uno de la de Lamadrid, con dos piezas de batalla y el resto de
la de Álvarez, contuvieron y rechazaron a la columna enemiga, que también con
arrojo marchaba sobre nuestras posiciones; ella se replegó hacia la Hacienda de
San José Rentería, donde también lo habían verificado los rechazados del cerro,
que ya de nuevo organizados, se preparaban únicamente a defenderse, pues hasta
habían claraboyado las fincas; pero yo no podía atacarlos porque derrotados
como estaban, tenían más fuerza numérica que la mía: por tanto, mandé hacer
alto al ciudadano General Díaz, que con empeño y bizarría los siguió, y me
limité a conservar una posición amenazante.
Ambas fuerzas
beligerantes estuvieron a la vista hasta las siete de la noche que emprendieron
los contrarios su retirada a su campamento de la Hacienda de los Alamos,
verificando poco después la nuestra a su línea.
La noche se pasó en
levantar el campo, del cual se recogieron muchos muertos y heridos del enemigo,
y cuya operación duró todo el día siguiente; y aunque no puedo decir el número
exacto de pérdidas de aquel, sí aseguro que pasó de mil hombres entre muertos y
heridos y ocho o diez prisioneros.
Por demás me parece
recomendar a usted el comportamiento de mis valientes compañeros; el hecho
glorioso que acaba de tener lugar patentiza su brío y por sí sólo los
recomienda.
El Ejército francés
se ha batido con mucha bizarría; su General en Jefe se ha portado con torpeza
en su ataque.
Las Armas
Nacionales, Ciudadano. Ministro, se han cubierto de gloria y por ello felicito
al Primer Magistrado de la República por el digno conducto de usted, en el
concepto de que puedo afirmar con orgullo, que ni un solo momento volvió la
espalda al enemigo el Ejército mexicano, durante la larga lucha que sostuvo.
Indicaré a usted,
por último, que al mismo tiempo de estar preparando la defensa del honor
nacional, tuve la necesidad de mandar a las Brigadas O'Horan y Carbajal a batir
a los facciosos, que en número considerable se hallaban en Atlixco y Matamoros,
cuya circunstancia acaso libró al enemigo extranjero de una derrota completa y
al pequeño Cuerpo de Ejército de Oriente de una victoria que habría
inmortalizado su nombre.
Al rendir el parte
de la gloriosa jornada del día 5 de este mes, adjunto el expediente respectivo
en que constan los pormenores y detalles expresados por los Jefes que a ella
concurrieron.
Obra: Memorias del Gral. Porfirio Díaz.
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