Lic. Benito Juárez.
La escena OCURRE EN EL SALÓN DE ACUERDOS DEL PALACIO NACIONAL. Concluía la junta de gabinete, y los ministros del General Älvarez se iban despidiendo con una inclinación de cabeza, llevando sendas carteras en las manos o bajo el brazo.
Don Benito Juárez, cuando la puerta cerróse tras el último de sus compañeros, se acercó al Presidente, y le dijo
-Quiero participarle que, con la colaboración de dos jóvenes paisanos míos, muy entendidos, los señores licenciados Manuel Dublán e Ignacio Mariscal, estoy formulando un proyecto de ley sobre administración de justicia. La opinión pública y nuestro partido están pendientes, señor, de nuestros actos, y esperan una labor revisora y rectificadora de la vieja legislación, muy principalmente de aquella en que se sustentó la dictadura. Esperan un programa. . .
-Siéntese, señor Licenciado.
Gracias, señor Presidente Pues Bien.. Dentro de mis facultades como titular la cartera de Justicia y negocios Eclesiásticos, me encuentro que las disposiciones vigentes aún consagran los abusos del poder despótico, porque establecen tribunales especiales para las clases privilegiadas, haciendo permanente en la sociedad una desigualdad que ofende a la justicia. Seré concreto añadió. El objeto de esta ley que preparo y que continuaré redactando, si usted me autoriza, es privar a los eclesiásticos del fuero, y a sus tribuales, de la jurisdicción civil, Es decir que no haya en el futuro tribunales especiales ni fueros de excepción para las castas, a fin de que, desaparecido este privilegio inconsecuente con el régimen democrático que proclama nuestra revolución, la justicia se administre con espíritu igualitario y sin distingos para todos para todos los mexicanos.
Si usted lo considera necesario, señor licenciado daremos este paso, Usted con su larga experiencia profesional, debe tener motivos fundados para proponerlo.
Si me puede usted conceder unos minutos, me extendería en esas consideraciones. Creo necesario que palpe usted el agravio que sufre el pueblo con esas leyes injustas.
Lo escucho Don Benito
Por el año 1834, en que me recibí de abogado en el Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca, estaba en vigor una disposición del Presidente Gómez Farías, que sujetaba el pago de las obvenciones parroquiales a un arancel, para evitar la anarquía en su cobro y los abusos de algunos señores párrocos. Habían quienes esquilmaban a los campesinos e, incluso, les imponían servicios personales en su directo provecho a que destinaban a las granjerías del culto.
Los vecinos de un pueblo del distrito de Miahuatlan, Llamado Loxicha, ocurrieron a mí para que elevara sus quejas e hiciese valer sus derechos ante el tribunal eclesiástico contra el cura de su parroquia, por excederse de lo estipulado en la tarifa. Me mostraron documentos que acreditaban la razón de su querella. Tal vez por ser yo, entonces, diputado al Congreso de Oaxaca y por estar en el poder una administración liberal, fui atendido en esa ocasión.
Comprobado el abuso, el Provisorato Eclesiástico llamó al cura para que contestara los cargos, y como no pudo desmentirlos, se le prohibió regresar a su parroquia, hasta que el provisor dictara en el juicio la resolución final, pero, como muy poco tiempo después, cayó el régimen liberal, el clero restableció de hecho la situación que antes ´prevalecía de cobros abusivos, y el delas obvenciones comenzó nuevamente as regularse según el arbitrio de los párrocos. Pues bien, sin que hubiera concluido el juicio contra el cura de Loxicha, y también sin audiencia de los quejosos, el juez eclesiástico autorizó al cura para volver a su parroquia.
Su represalia no se hizo esperar, inmediatamente se puso de acuerdo con el juez del partido y obtuvo que éste librara orden de aprehensión en contra de los quejosos, los metió incomunicados, a la cárcel del pueblo y exhortó al juez de la ciudad de Oaxaca, para que , en su auxilio, fueran detenidos también los comisionados que habían ido a requerir mis servicios profesionales.
Tan pronto como lo supe, me trasladé a Miahuatlan, en donde estaban presos mis defensos, para gestionar su libertad. Me apersoné con el juez, un señor Manuel María Feraud, le pedí el expediente y me lo negó alegando que la causa tenía el carácter de reservada, lo que no podía ser cierto, dada su materia. Entonces me limité a pedirle que me leyera el auto de prisión, y tampoco accedió. Esto me obligo en uso de mi derecho a prevenirle que la solicitud que acababa de formularle verbalmente, la repetiría al día siguiente, en ocurso, para que se sirviera contestarla por escrito.
Así lo hice, y al presentarle pliego, me exigió un poder en forma. Como no lo tenía y creía no necesitarlo, porque era abogado muy conocido, por ser yo el primero que se recibió en el Instituto de Oaxaca, y porque gestionaba en defensa de gentes carentes de recursos, entonces me impidió el uso de la palabra y me citó para la tarde, a fin de que yo compareciera a declarar en el proceso que me iba a abrir… como vago y malviviente.
Increíble señor licenciado increíble repuso el presidente, cada vez mas interesado en el relato.
Esa tarde prosiguió Juárez, ví en Miahuatlan al cura de loxicha, entonces comprendí que todo era el resultado de su influencia con el juez y que uno y otro eran capaces de encarcelarme. Opté por volver a Oaxaca, para presentar mi queja contra el juez venal, ante la Corte de Justicia del Estado, como lo hice, pero mis gestiones fueron vanas y las puertas de la justicia quedaron cerradas para aquellos infelices , que gemían en la prisión solo por haber tenido el atrevimiento de quejarse en contra de las vejaciones de un cura.
Viendo que yo había escapado de caer en sus manos pues querían escarmentarme por haber tenido la osadía de pretender arrebatarles de su férula a mis defensos, el cura hizo firmar al juez Feraud un exhorto dirigido al de la capital del estado para que se me aprehendiera y se me enviara custodiado a Miahuatlan como un delincuente. Porque yo estaba sublevando a los de loxicha contra las autoridades cuando ni siquiera había ido a ese pueblo
Pues verá usted prosiguió Juárez, a pesar de que el exhorto no estaba requisitado legalmente, el juez en persona , asistido de vartios policías, se introdujo en mi casa , A la medianoche, y violando mi domicilio, y sin atender a mis objeciones, fundadas en el derecho, me arrebató del hogar, y al día siguiente fui llevado preso a Miahuatlan.
Quede encerrado allí, en la misma sucia mazmorra en donde yacían mis defensos, que ya no lo eran, pues era yo quien necesitaba de defensa y ayuda. Entonces recurrí, por escrito al Tribunal Superior del Estado, por medio de un memorial, que pude entregar a uno de los hijos de mis compañeros de cautiverio, para que llevándolo a Oaxaca, lo pusieran en manos del licenciado Marcos Pérez, paisano mío, y este fuera su conducto, y aunque estaba cierto de que los señores ministros rectificarían , con una orden de libertad inmediata, la evidente infamia de que era víctima, nada conseguí y tuve que permanecer nueve días purgando el delito de haber clamado contra la injusticia. Concluido el término que consideré como un castigo para escarmentarme y advertir a quienes tenían como yo, la temeridad de enfrentarse al poder omnímodo de un cura de parroquia, coludido en sus desmanes con la justicia oficial y con el régimen retrógrada para imponer su voluntad , obtuve mi excarcelación bajo fianza.
Pag. 183, Benito Juárez y Porfirio Díaz de Jorge Fernando Iturribarria.