Fue una terrible tragedia. Matilda
Crabtree, una niña de catorce años, quería gastar una broma a sus padres y se
ocultó dentro de un armario para asustarles cuando éstos, después de visitar a
unos amigos,volvieran a casa pasada la medianoche.
Pero Bobby Crabtree y su esposa creían que
Matilda iba a pasar la noche en casa de una amiga. Por ello cuando, al regresar
a su hogar, oyeron ruidos. Crabtree no dudó en coger su pistola, dirigirse al dormitorio
de Matilda para averiguar lo que ocurría y dispararle a bocajarro en el cuello
apenas ésta salió gritando por sorpresa del interior del armario. Doce horas
más tarde, Matilda Crabtree fallecía. El miedo que nos lleva a proteger del
peligro a nuestra familia constituye uno de los legados emocionales con que nos
ha dotado la evolución. El miedo fue precisamente el que empujó a Bobby
Crabtree a coger su pistola y buscar al intruso que creía que merodeaba por su
casa. Pero aquel mismo miedo fue también el que le llevó a disparar antes de
que pudiera percatarse de cuál era el blanco, antes incluso de que pudiera
reconocer la voz de su propia hija. Según afirman los biólogos evolucionistas,
este tipo de reacciones automáticas ha terminado inscribiéndose en nuestro
sistema nervioso porque sirvió para garantizar la vida durante un periodo largo
y decisivo de la prehistoria humana y, más importante todavía, porque cumplió
con la principal tarea de la evolución, perpetuar las mismas predisposiciones
genéticas en la progenie. Sin embargo, a la vista de la tragedia ocurrida en el
hogar de los Crabtree, todo esto no deja de ser una triste ironía.
Pero, si bien las emociones han sido
sabias referencias a lo largo del proceso evolutivo, las nuevas realidades que
nos presenta la civilización moderna surgen a una velocidad tal que deja atrás
al lento paso de la evolución. Las primeras leyes y códigos éticos -el código
de Hammurabi, los diez mandamientos del Antiguo Testamento o los edictos del
emperador Ashoka— deben considerarse como intentos de refrenar, someter y
domesticar la vida emocional puesto que, como ya explicaba Freud en El malestar
de la cultura, la sociedad se ha visto obligada a imponer normas externas
destinadas a contener la desbordante marea los excesos emocionales que brotan
del interior del individuo. libro Daniel Goleman.Inteligencia Emocional
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