viernes, 4 de octubre de 2013

El 3 y 4 de Octubre de 1866 en Miahuatlán de Porfirio Díaz, Oaxaca


Miahuatlán
5 de octubre de 1866
Vuelto a mi campamento de Tecomatlán, emprendí otra vez la marcha por el rumbo de las Andallas, mandando a mi hermano por la vía más corta a colocarse al norte de la ciudad de Oaxaca, apoyándose en la Sierra de San Felipe del Agua, con orden de amagar seriamente la plaza si el enemigo la debilitaba sacando alguna tropa en mi persecución, y ofreciéndole que yo haría una cosa semejante por el sur en los casos en que él fuera perseguido por el enemigo, porque si no le era posible en esas acometidas tomar la ciudad, a lo menos serviría para distraer a la columna que me persiguiera y viceversa.
En cumplimiento de esta combinación hice mi marcha, de las Andallas a Peras y de Peras a Huajolotitlán, llegando hasta Zimatlán. Pernocté en este pueblo y supe que una fuerte columna mandada por el General Oronoz, salía en mi persecución. Evadiendo el choque del enemigo me dirigí a Ejutla y allí permanecí hasta que Oronoz se movió de Zimatlán y entonces ocupé Miahuatlán. Permaneció el enemigo dos o tres días en Ejutla, y yo en Miahuatlán.
El 3 de octubre de 1866 mis vigías que se habían descuidado vinieron a avisarme que el enemigo se movía sobre mí, y cuando me lo decían casi estaba el enemigo a la vista, a lo menos así se comprendía por el polvo que levantaba en su marcha.
Yo había mandado limpiar las armas para pasar revista de comisario, que debía tener lugar la tarde de ese día, y con ese motivo aún quedaban muchos fusiles desarmados. Mandé que violentamente se armaran, que la tropa se pusiera en estado de recibir órdenes y que se cargaran las mulas con los bagajes, y que cuando todo esto estuviera hecho, el Coronel González emprendiera su marcha con toda la infantería por el camino de Cuixtla, que es montañoso desde la salida de Miahuatlán. Yo con mi numeroso Estado Mayor y mi escolta como de treinta hombres de caballería, marché hacia el camino que traía el enemigo, dejando ordenado que luego que estuviera ensillada y lista la caballería siguiera mi movimiento, y que recibiría órdenes al incorporárseme. El General Don Vicente Ramos mandaba la caballería que constaría de unos 280 caballos.
Seguí yo mi marcha hasta una colina que parte por la mitad la carretera para Oaxaca y que distará como un kilómetro de la Plaza de Miahuatlán. Mi escolta y ayudantes fueron colocados en línea de tiradores sobre la cumbre de la colina; y como el enemigo no podía ver lo que había detrás de ella, creyó que allí había fuerza con quien tenía que combatir, hizo alto y montó sus abuses de montaña que venían a lomo de mula. En esos momentos aparecía la columna de caballería saliendo por una de las calles principales del pueblo a incorporárseme, y en ese instante la vio bien el enemigo aunque la perdía de vista a proporción que se acercaba a la colina. Con muy poca diferencia comenzó a salir por el camino de Cuixtla la infantería que mandaba el Coronel González. El enemigo naturalmente creyó entonces que se trataba de una retirada y que mi presencia, cortando el camino, no tenía más objeto que dar tiempo a la infantería para que se alejara de aquel lugar. En consecuencia, reunió su caballería que había colocado a los dos costados de la infantería y comprendiendo yo que iba a darme una carga decisiva, ordené al General Ramos que por la misma calle por donde había venido volviera a la plaza y saliera a juntarse con el Coronel González que debía esperar en la loma por la que iba desfilando. Toqué alto y frente al Coronel González y destaqué un ayudante con orden de traerme cincuenta hombres de infantería de los que por no haber ascendido a la colina no estaban a la vista del enemigo, y que los condujera por dentro de la barranca, a fin de que pudieran llegar cerca del camposanto del pueblo, sin que el enemigo los viera.
En el movimiento de retroceso del General Ramos le incorporé mi escolta y mi Estado Mayor y me quedé solo con un clarín en una de las bocacalles del pueblo por donde tenía que pasar mi caballería y en seguida la del enemigo.
La caballería enemiga cargó resueltamente sobre la mía en su retirada y cuando pasaron por donde yo estaba, y cuando ya comenzaba a hacer uso hasta de arma blanca contra los soldados de retaguardia, apareció en momentos oportunos una partida de paisanos de Miahuatlán armados y organizados por su cuenta, sin que yo tuviera antecedente ni noticia de ello, dentro de un sembradio y a la izquierda del enemigo, le hacían fuego casi a quemarropa.
Yo había colocado los 50 hombres que pedí al Coronel González y que eran tiradores de la montaña, emboscados dentro de la milpa y muy cerca de la calle por donde debía pasar el enemigo. En consecuencia, al aparecer la caballería enemiga y comenzar a recibir los fuegos de los paisanos, le hizo un fuego nutrido la infantería que yo había emboscado y así pudo salir nuestra caballería y atravesar la población para unirse al Coronel González.
La caballería enemiga volvió a incorporarse con la infantería que formaba en batalla cerca del camposanto, haciendo frente al Coronel González con la barranca de por medio.
Los paisanos de Miahuatlán fueron rechazados al centro de la población con muchas pérdidas porque eran muy atrevidos y estaban muy ebrios. Los tiradores montañeses habían quedado ocultos dentro del maíz y buscando yo paso a la barranca, me incorporé al Coronel González en momentos en que el enemigo desplegaba, en cadena de tiradores, un batallón que mandaba el Teniente Coronel Pedro Garay, y formaba en columnas paralelas el resto de su infantería con su caballería a retaguardia.
Una vez incorporado con el Coronel González mandé que la caballería tomara distancia como para cubrirse de los fuegos del enemigo; y como todos estábamos en la cima de la colina, a pocos pasos la caballería quedaba fuera de la vista del enemigo.
Esa colina da una vuelta en forma de semicírculo, por el lado que en esos momentos era izquierda nuestra y derecha del enemigo y atrás de la colina en la depresión, hay un pequeño arroyo. Di orden al General Ramos para que hiciera un movimiento de medio kilómetro, por todo el lecho del arroyo, para no levantar polvo, lo cual era bastante para quedar oculto y a espalda del enemigo. Las líneas de tiradores enemigos nos hicieron un fuego muy nutrido que las nuestras no podían contestar, porque apenas tenían cuatro o cinco cartuchos disponibles; y cuando noté que nuestros fuegos estaban completamente apagados y como prendí la causa, reforcé nuestra cadena con algunos soldados que fueran a intercalarse en ella para refrendar el fuego durante algunos momentos.
Había yo dado orden al General Ramos de cargar sin reserva y con vigor sobre el enemigo en los momentos que yo le tocara tres puntos agudos después de atención, y al Capitán Rojas que mandaba a los tiradores ocultos en el maíz, que a la misma señal rompieran un fuego vivo sobre el enemigo, aproximándose hasta la orilla del plantío. y sin salir de él para que no se notara lo reducido de su número. Como no teníamos municiones con qué sostener un combate regular, mandé a la ínfanteria descender a la barranca, pasar el arroyo y batir al enemigo en la ribera opuesta, y en esos momentos di la señal que servía, tanto para la caballería, como para los tiradores escondidos.
Al notar el enemigo nuestro brusco movimiento nos lanzó la caballería que fue inmediatamente arrollada y con el impulso de su propia caballería derrotada, se desorganizó su infantería y se volcaron sus cañones, a la sazón que la nuestra cargaba al sable por la espalda, comenzando por apoderarse de todos los caballos de la oficialidad y cargamento de municiones que habían quedado a retaguardia.
Sin gran dificultad recogí toda la infantería del enemigo que después de haber tirado sus armas corría en desorden por toda la llanura, y con mi caballería hice a la caballería enemiga una persecución de más de tres leguas, de donde regresé entre nueve y diez de la noche y la pasé toda en recoger heridos y armas, dejando para el día siguiente la operación de recoger muertos.
El General Oronoz había huído con varios de sus jefes y oficiales, quedando muerto en el campo el Jefe francés Enrique Testard, que mandaba un Batallón de Fuerzas mexicanas, cuya oficialidad era exclusivamente de franceses, teniendo todo el personal de sus clases de sargentos, cabos y algunos soldados del personal francés que habían enganchado en México.
La mayor parte de los muertos eran Oficiales franceses, puesto que, habiendo perdido sus caballos, no pudieron huir, como lo hizo su General en Jefe.
Entre los prisioneros había Oficiales franceses que fueron remitidos a la sierra para su custodia y para que no entorpecieran las operaciones, siendo pasados por las armas los veintidós Jefes y Oficiales mexicanos, según leyes vigentes a la sazón, con la circunstancia de que todos ellos habían sido Oficiales del Ejército mexicano, pero se habían pasado al enemigo.
El botín consistió en cosa de mil fusiles poco más o menos, dos obuses de montaña, cuarenta y tantas mulas cargadas con municiones de infantería y de artillería.
Teniendo en cuenta la desigualdad de nuestros elementos, pues yo apenas contaba con cosa de 700 hombres mal armados, desnudos, sin disciplina y con parque que no alcanzaba para sostener el fuego ni por quince minutos y sin artillería, mientras que el enemigo tenía 1,400 hombres bien organizados, disciplinados, vestidos, armados y elementos de todo género; considero la victoria de Miahuatlán como la batalla más estratégica de las que sostuve durante la Guerra de Intervención y la más fructuosa en resultados, pues ella me abrió las puertas de las ciudades de Oaxaca, Puebla y México.
El día siguiente, 4 de octubre, lo pasé en dar colocación a los prisioneros en los cuadros de batallones que yo había formado, en establecer un hospital que pude organizar, debido a la incorporación del doctor Don Antonio Salinas que me prestó en su profesión importantes servicios.
Inserto en seguida el parte oficial de la Batalla de Mihuatlán dirigido el 6 de octubre de 1866 al Ministro de Guerra y Marina, suprimiendo los estados anexos al mismo. 

Ejército Republicano (1).
Línea de Oriente.
General en Jefe


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